Desde la UBA, valorizan antiguos saberes campesinos
uba revaloriza saberes campesinos

Luego de muchos años de intercambio, estudiantes y docentes de la FAUBA y productores familiares del Mocase Vía Campesina están recuperando el monte y la producción forrajera en el norte de Santiago del Estero.

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Por: Juan Manuel Repetto 12 febrero, 2019

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(SLT-FAUBA) Un trabajo conjunto realizado entre la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase) Vía Campesina está permitiendo recuperar el monte y la productividad ganadera en diferentes comunidades del norte de esa provincia argentina. La iniciativa involucra la puesta en valor de saberes ancestrales a partir de los cuales se logró identificar y conservar la diversidad de pastos nativos, algunos de gran valor forrajero.

Sergio Cuellar, productor familiar de la localidad santiagueña de Las Lomitas e integrante del Mocase Vía Campesina, celebró el intercambio que logró establecer su comunidad con la UBA: “Antes pasaron muchos técnicos de diferentes organismos, pero sólo para decirnos qué teníamos que hacer. Nosotros queríamos trabajar en conjunto, integrados y con respeto, compartiendo saberes. Por eso estamos muy contentos de esta experiencia con la Facultad de Agronomía. Es un trabajo concreto y de aprendizaje mutuo, que nos ha motivado”.

Cuellar detalló que luego de sobrellevar algunos conflictos que mantenían por la tenencia de sus tierras, buscaron trabajar en aspectos productivos relacionados con la falta de agua y la degradación de sus pastizales por el sobrepastoreo. En esta línea, en 2013 se formalizó un proyecto de extensión (Ubanex) financiado por la UBA, que permitió avanzar en el trabajo conjunto entre la FAUBA y la Central de las Lomitas del Mocase. Aunque destacaron que el intercambio comenzó antes, en 2001, a partir de las visitas de estudiantes de la Facultad para conocer una realidad que hasta entonces no era abordada en las aulas.

Comunidades campesinas del norte de Santiago del Estero trabajan junto a la UBA para reparar la degradación de sus pastizales, afectados por el sobrepastoreo, y mejorar la productividad de su ganadería

“Utilizamos un método que se denomina Investigación Acción Participativa, que es una forma de trabajo en conjunto con la comunidad, donde permanentemente se construyen nuevos conocimientos que integran los saberes. Es una metodología que apunta a la producción de un conocimiento transformador y propositivo basado en el debate, la reflexión y la construcción colectiva”, afirmó Luciana Couso, docente de la cátedra de Genética de la FAUBA, quien trabaja en el proyecto con Ana Frey, Patricia Fernández y Pablo Rush, docentes de la misma Facultad.

“Este trabajo colaborativo llevó muchos años de intercambio para conocer las formas de vida de los habitantes de la comunidad y su manejo del monte. En las charlas que mantuvimos surgió la problemática de la baja productividad ganadera y la idea de recuperarla. En función de este objetivo, quisimos identificar las especies forrajeras nativas que tuvieran valor productivo”, agregó.

“Ellos querían restaurar los pastizales con especies nativas sin introducir pastos exóticos, cuyas semillas se venden en la zona y que tienen alta producción de forraje, pero que resultan invasivos”, dijo la investigadora, y destacó que los pastos nativos son valiosos porque están adaptados al clima y a los suelos locales, y dan una mayor estabilidad al sistema.

Cercos con biodiversidad

El trabajo conjunto sirvió para revalorizar una técnica de manejo ancestral, a partir de la cual se había conservado la biodiversidad de pastos nativos en áreas cercadas con ramas, utilizadas para guardar animales de trabajo.

Según Couso, el hallazgo de estos cercos fue un hito que surgió de las conversaciones con la comunidad. “Nos dijeron que eran los únicos lugares donde se habían conservado los pastizales. Cuando nos llevaron a conocerlos, encontramos que podía ser un punto de partida para recuperar el estrato herbáceo del monte”.

El hallazgo de estos cercos fue un hito que surgió de las conversaciones con la comunidad. Allí se había conservado la biodiversidad de pastos nativos

“Hace muchas generaciones que nuestros viejos marcan los corrales a ramas. Cuando llegaron los estudiantes empezamos a caminar y a ver por dónde iban las lenguas de pastos naturales, y ahí fuimos haciendo un gran camino”, dijo Cuellar. Y añadió: “Con el trabajo en conjunto con los estudiantes y los profesores descubrimos que el pasto natural tiene valor. Hicimos nuevos cerramientos y los vimos crecer”.

Desde el interior de estos cercos se inició la investigación. El primer trabajo consistió en estudiar el banco de semillas para identificar las especies conservadas bajo la tierra. Así se encontraron nueve especies de pastos, que incluyen siete géneros diferentes, y se detectó una forrajera nativa en especial, Trichloris crinita, que poseía un gran potencial forrajero.

“Junto a la comunidad pensamos que esta especie nativa podía ser una buena alternativa para conservar el monte y, a la vez, producir en esa misma zona”, dijo Couso. Ahora, el objetivo es avanzar en una “restauración productiva, porque al mantener un sistema con toda su diversidad de especies nativas y sus genotipos, el ambiente y las poblaciones se vuelven más estables y permiten sostener la producción en el largo plazo”, señaló. En este caso, la clave del éxito estaría en ajustar bien el manejo de los pastizales.

“Luego empezamos a estudiar qué pasaba con la biodiversidad de especies en la superficie, mediante la caracterización de la cobertura total, dentro y fuera de los cercos. Además utilizamos marcadores moleculares para estudiar en el laboratorio la variabilidad genética de la especie forrajera más abundante, T. crinita”.

Suelos sedientos

En otro de los recorridos, los campesinos se refirieron a aspectos del suelo que marcaron un nuevo hito de la investigación colaborativa. Desde la comunidad indicaron que “en los suelos sedientos no crece nada”. Los investigadores intentaron comprender en términos académicos el significado de la palabra sedientos, porque la falta de agua es una característica de todo el sistema local.

Utilizan un método denominado Investigación Acción Participativa, que es una forma de trabajo en conjunto con la comunidad

“No lo dicen en términos de textura, pero sí asocian las especies de la superficie con lo que ven en el suelo. Entonces, como tenemos los vicios de la academia, quisimos saber qué características de textura y estructura tienen esos suelos”, dijo Couso. Al respecto, el equipo de investigadores de la FAUBA adelantó que ya se realizó un muestreo de suelos junto a integrantes de la comunidad y se están analizando los resultados en el laboratorio para intentar dar respuestas a estas preguntas.

“Lo interesante es que ellos mismos tienen muchas de las respuestas para la restauración. Nosotros sólo intentamos ordenar esa información y buscar las conexiones de causa y efecto de los procesos para luego planificar con la comunidad un manejo específico”, señaló Couso. “Con esta experiencia sobre conservación de pastos naturales estamos aprendiendo nosotros de ellos y ellos de nosotros”, añadió Cuellar

A partir de estos trabajos, la investigadora adelantó que buscan seleccionar los materiales de Trichloris que se destaquen por su potencial productivo y que estén bien adaptados al ambiente local, para multiplicarlos y disponer de semillas para sembrar. Además, apuntan a establecer un sistema de rotación y de descanso para recuperar determinadas áreas, sin el pastoreo y el pisoteo de los animales.

“Buscamos recuperar el sistema sin intervenirlo. De ser necesario, podríamos agregar material nativo en las zonas más complejas, limitadas por la textura del suelo o por otras características que estamos evaluando”, destacó.

Más intercambios

Las visitas de los colaboradores de este proyecto de investigación no sólo se limitaron a Santiago del Estero. Cuellar también viajó hasta la Ciudad de Buenos Aires en diferentes oportunidades, donde participó de encuentros con docentes y estudiantes en la FAUBA.

“Ya tenemos una relación de muchos años con la gente de la UBA y con los chicos del FANA. Para nosotros ha sido una gran alegría compartir experiencias. Ahora estamos tratando de trasmitir a otras comunidades que pueden ir recuperando sus pastos”, dijo, y subrayó: “Los chicos también están haciendo sus tesis. Nos encanta hacer ese trabajo”.

A partir de este trabajo colaborativo en esa Central del Norte, ya se concluyeron las tesis de Javier Ayesa, Claudia Marengo y Lautaro Castro. También hay otras siete en marcha (de Alejandro Amartino, Micaela Bravo, Belén Mayer, Azul Popper, Steven Rall y Sebastián Weinstein). Estos trabajos se suman a otras 13 tesis de grado realizadas con anterioridad en la misma organización en distintos lugares de la provincia.

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